TERCERA CRÓNICA DEL VIAJE A MÉXICO.


26-03-2010



Lagos de Montebello. Grutas de Rancho Nuevo. Cascadas del Chiflón. Visita de los lagos. Amatenango del Valle. Cerámica. San Cristóbal de las Casas

La salida hoy es a las 9 de la mañana. El desayuno en el hotel tipo buffet muy agradable y abundante. Tan agradable como puede ser elegir entre cosas que desconoces y tan abundante como te pida el cuerpo. Las frutas tropicales lo más colorido del buffet. Una mujer hace tortitas de maíz que puedes rellenar de cosas que no sabes cómo pedir. Te plantas a un lado, esperando que algún oriundo del país haga su comanda por ver si te resulta apetecible. Por otro lado destapas tapaderas para descubrir cosas diferentes a lo que estás acostumbrado a ver, guisos de carne, verduras distintas, nombres innombrables, sin pan. De todas formas sales del paso aun sintiéndote un ogro cuando llegas a la mesa y te encuentras que Maite ha elegido unas frutas tropicales y un poco de café y tú llevas el plato a rebosar de cosas extrañas. Helena aminora mi sensación pues su menú es un poco más variado.

Con guía nuevo y nuevos compañeros de viaje reanudamos nuestra visita por Chiapas. Nos trasladamos en una furgoneta con entrada lateral de esas que desplazan la puerta a lo largo del costado. La capacidad es de unas 10-12 personas. Más íntimo, saludos, y poco más, la gente no está muy dispuesta a charlar. La primera parada es en Las Grutas del Rancho Nuevo. Tiene aproximadamente 700 metros de largo, y es poco profunda, prácticamente llana, ligeramente iluminada y con el suelo bien preparado para no tropezar. Nos la va a enseñar una niña de nombre Lucía. Su humor es muy curioso. Tiene un acento al hablar castellano totalmente diferente a lo que yo he escuchado. Es cantarín. Parece como si se supiera totalmente de memoria todo lo que tiene que decir. Llego a sospechar que sólo sabe decir eso en castellano y que su idioma es otro. Según vamos avanzando por la cueva, nos va señalando distintas figuras que van formando las rocas. Para todas tiene un chascarrillo. Si la figura es parecida a un tiburón sin dientes, le llama “tiburón chimuelo”, otra es la figura de Carlos V de chocolate, solo que el chocolate ya se lo comieron. Cuando aparecen dos figuras de serpientes, una con la boca abierta y otra con la boca cerrada nos dice que la de la boca abierta tiene hambre. Si es una figura como una cascada de agua azul, nos dice que el azul no se ve porque no hay agua. Si es la de un indio maya un poco trompudo, está así porque quiere beso. Hay un gorila que está diciendo oooohhh!. Estas y otras muchas figuras iban apareciendo a lo largo del camino y la mayoría estan relacionadas unas con otras, bien porque el gorila que dice ooohhh! se ha comido parte de otra figura que aparece más adelante, o porque se ha asustado de la serpiente con la boca abierta, o vete a saber qué. Fue una visita muy agradable y todos reímos con sus gracias que decía muy seria.

De nuevo al camión camino de las cascadas del Chiflón, que reciben ese nombre por el ruido que hacen, como chiflando. También se le llama “el velo de la novia”. Para llegar a la cascada grande, se va bordeando un río con sus recovecos y sus saltos, con un agua cristalina y azul. En este caso si se veía el azul porque había mucha agua. Las cascadas que iban apareciendo a nuestro paso eran a cual más bonita y enclavadas en una vegetación exuberante. Después de más de mil escalones, aparece majestuosa la gran cascada. Delante de ella discurre una tirolina que está dividida en dos tramos. El primero baja un poco y el otro hay que hacerlo tras subir un trecho y volver al primer lugar desde donde se tira la gente. Pasa justamente por delante de la cascada y el valle que va formando el río se desliza montaña abajo tapizando todo el terreno. La vista es espectacular. Helena y yo nos decidimos a lanzarnos colgados del cable y sujetos con el arnés. Llevábamos un artilugio que se introducía en el cable y que iba sujeto con dos asas de cuero y que servía para jalar de él cuando ibas llegando al final del trayecto a modo de freno. Un señor de una edad avanzada, unos 75 años le echaba yo, quiso lanzarse antes que nosotros, pues su hijo ya lo había hecho y no quería hacerlo esperar. Accedimos gustosos pues el canguelo era mayúsculo y cuanto más atrasabas el lanzamiento como que te sentías mejor. Fue armado el señor con sus arneses y sus frenos y fue lanzado al vacío. Nada más despegar vimos estupefactos como se le soltaba el artilugio frenador, pues de las dos asas de las que disponía, una se le soltó y evidentemente se salió la guía que abrazaba el cable que era un taco de madera en forma de U invertida. Acto seguido giró todo su cuerpo avanzando a toda velocidad de espaldas hacia la torre receptora y sin posibilidad de usar su freno. La cara del muchacho que te ponía el arnés y te daba las instrucciones cambió de color y su expresión era de asombro. Todos mirábamos al veloz anciano y al monitor de hito en hito. El veloz anciano trataba de arreglar el estropicio, pero antes de que acabéis de leer esto que estoy escribiendo ya había llegado como una exhalación al otro lado del cable y como un fardo sin control se empotró contra el techo de la torreta que esperaba su llegada. Rebotó y quedó colgando del cable a unos cinco metros de la torre. Nosotros estábamos como a unos 150 metros y a esa distancia se ve poco cuando tratas de averiguar cuántos desperfectos ha causado el incidente. ¡Tranquilos!, al parecer tienen una zona acolchada en el techo de la torreta para casos así y el pobre anciano fue izado a fuerza de músculos y no sufrió desperfectos de consideración. Según nos dijeron no le pasó nada. No sabemos nadie cómo dormiría esa noche.

Estábamos como helados. Rígidos pero sin mostrar expresión alguna de miedo o asombro. Éramos los siguientes para el sacrificio. Ahora entiendo mejor a los pobres esclavos de guerra que eran sacrificados a manos de los aztecas sobre las pirámides como ofrenda a los dioses. La excitación ya de por sí alta que supone lanzarte al vacío colgado de un cable, que si, que parece fuerte, que mucha gente lo hace, que seguro que no pasa nada, que el señor tenía una edad que no se yo como se atreve, todo lo que quieras, pero la excitación estaba allí, ocupando toda tu mente, sobre una torreta a cinco o seis metros del suelo y sin la posibilidad de hacer tapón para los que vienen detrás. Helena abrió camino, tengo que decir que ella iba delante de mí y que no me colé. Maite estaba encargada de las fotos, tampoco salía de su asombro, presta a inmortalizar nuestra proeza. Con los músculos contraídos y alguna que otra marca de los cables en los brazos nos volvimos eufóricos al camión a seguir camino. Todo había salido bien y la experiencia valió la pena. ¡Qué queréis que os diga!

Ahora venían las visitas a los lagos de Montebello. Según nos íbamos acercando se empezó a nublar y el espesor de la niebla era cada vez mayor. La vegetación también se hacía cada vez más espesa y ya teníamos la sensación de estar en plena selva, cruzando de vez en cuando poblados indígenas que están a la vera de la carretera. Cada vez que pasas por uno de ellos, la carretera se llena de tacos para que los vehículos disminuyan la velocidad.



Los tacos son esos montículos que ponen en la carretera de nuestras urbanizaciones para que no corras, pero o la selva está muy poblada o se han pasado poniendo tacos, pues más que circular parecía que cabalgábamos. Cuando llegamos al primer lago apenas se veía nada. A los lados del camino que llegaba al lado, tienen construidas unas casetas de madera que utilizan como restaurantes por decir algo. La caseta consta de una entrada y un mostrador frontal. Una mesa de madera con dos bancadas a cada lado; una estantería para colocar algunas cosillas y un fogón de leña con una chapa que hace la función de plancha donde van haciendo los pedidos de comida que hacen los clientes. Todos bien apretaditos empezamos a solicitar a la indiecita nuestra comida y nuestra bebida. La bebida principalmente fueron cervezas, que tubo que pedir a una caseta vecina. La comida que queréis que os diga, Maite, Helena y yo estábamos fuera de juego. No se bien si esperábamos que Helena nos fuera diciendo qué pedir, o si tardó un poco, el caso es que cuando nos fuimos a dar cuenta, casi todos estaban con sus tamales, sus carnes, o sus quesadillas comiendo y nosotros sin decidirnos a pedir. Fajitas con chorizo, carne de res colgadas sobre un cordel como ropa tendida, salsas con chile de árbol muy picante y otras variedades del lugar que no eran muy abundantes.



La cabaña carecía de las más mínimas condiciones sanitarias y creo que fue el desencadenante de nuestros futuros aunque no muy lejanos males de panza, tanto de Maite como míos. Pero eso ya os lo iré contando aunque con pocos detalles, ya sabéis todos como funcionan esas enfermedades…
Al final comimos algo… (Bueno, aquí hago un inciso para acaparar la atención de aquellos que me dijeron que en mis anteriores crónicas no hacía más que hablar de comidas…ya veis, un simple “Al final comimos algo…”)

Seguimos camino viendo más lagos, hasta siete en total y con la suerte que en los últimos que visitamos despejó un poco y pudimos ver la belleza y el color de sus aguas. Maite compró un capazo que estaba haciendo una mujer y con el que se encaprichó.



Era el comienzo de un imparable, aunque fructífero afán comprador que no dejó de afectarle hasta el final del viaje.

Al final del día, nos acercamos a Amatenango del Valle, ya de anochecida. Entramos en la casa de unos indígenas que tenían un taller de cerámica y el guía llamó a una mujer que muy solícita nos hizo una demostración de cómo se trabaja el barro haciéndonos una vasija que nos dijo que no metían en el horno, sino que la dejaban secar al sol. También hacían jaguares y máscaras y le compramos una de un jaguar muy bonita y que os enseñaré con mucho gusto a los que me visiten.

De vuelta en San Cristóbal decidimos dar una vuelta por la ciudad, pues el ambiente seguía siendo encantador, todo el mundo en la calle, los niños, algunos que aun no saben ni hablar de lo pequeños que son y ya tratan de venderte algo, las mujeres ofreciéndote telas, animalitos de fieltro, pulseras.



Todo vale si compras, a cualquier precio, no hay comparación con el euro. La noche ya había caído en la ciudad y los grupos familiares se reunían delante de la plaza de la catedral con las mujeres y los niños sentados en corro. No se si se irían a dormir o lo harían allí mismo esperando el nuevo día. Nosotros ya estábamos cansados y decidimos cobijarnos en nuestro elegante hotel. Compramos una jirafa de fieltro de mil colores y nos fuimos muy contentos a dormir.