Viaje a Marruecos 1


Hemos decidido volar a Marrakech en lugar de ir en coche desde Alicante. Buena elección. Imaginamos que pueden surgir problemas de seguridad, de orientación , (no disponemos de un gps de la zona) y de daños en el coche. Cuando surge la idea de volar desde el mismo Alicante a Marrakech vemos el cielo abierto. Además creo que nos vamos a ahorrar un buen dinero.

El vuelo dura dos horas y media. Entre que te acomodas, te distraes con el ir y venir de las azafatas vendiendo sus productos, miras por la ventanilla tratando de adivinar por el perfil de la costa por donde vas, distingues una extensión de arena rojiza y deduces que ya sobrevuelas Marruecos, te dicen que estás llegando a Marrakech. Así de rápido se me pasa el viaje.

Hemos concertado con el riad Bleu Du Sud, que nos esté esperando alguien en el aeropuerto. Cuando recogemos la maleta, una tienda de cambio muy bien instalada en la misma recepción de equipajes nos hace pensar que no llevamos ni un dirham en el bolsillo, por lo que nos ponemos en cola para cambiar dinero. Pasa el tiempo y a la hora de salir no hay nadie esprando a los Rodriguez ni por asomo. Se ha hecho tarde y ha pasado cerca de hora y media desde la llegada del avión hasta que salimos al hall del aeropuerto.

Pues un taxi y al riad. Preguntamos por el precio del taxi , 150 dirham, es mucho (15 euros aproximadamente) y tras hablar con otros turistas y tratar de juntarnos para ir cuatro en el taxi, nos encontramos con que más de tres no es posible ir en ese tipo de taxi, así que al autobús que está al lado esperando sus primeros clientes. Luego piensas, cuando llegas de nuevo a casa lo rastrero y tacaño que se vuelve uno de repente. En España ni te planteas que 15 euros es caro para que te lleven desde el aeropuerto hasta tu hotel si además no conoces el lugar y barruntas que no va a ser nada fácil encontrarlo. Pero es que los turistas que tienes alrededor hacen lo mismo que tú, negocian contigo para ver si juntándote con ellos te puede salir más barato. ¡Cuando haces eso en Barajas! ¡Qué pensarán los marroquíes de esos turistas que llegan y tienen un comportamiento así! Sigamos con el relato de una pareja transformada por el ambiente.
Nota: luego te habituas y agarras taxis para todo.

Alli esta el chófer del autobús y otro marrakechí que vende entradas para el bus turístico, en una charla distendida y alegre, sin prisas, sin discusiones, ofreciendo su producto y aconsejando pero sin presionar. Llegan dos chicas catalanas con sus mochilas y nos ponemos a charlar del sexo de los ángeles, lo habitual, que de donde vienes, que cuanto tiempo, cuando vuelves. Simpáticas, alegres, jóvenes, la gloria.

Al rato arranca el bus, ya hemos comunicado nuestro destino al chófer que con el plano del autobús turístico nos indica aproximadamente dónde tenemos que bajar para llegar al riad. Nos para lejos para ir cargados con maletas y mochilas, pero ya se sabe que al empezar un viaje uno lleva energías para rato y todo es entusiasmo y determinación. Ora preguntamos a un militar que hace guardia a las puertas del palacio donde, cuando viene a Marrakech, se aloja el monarca Mohamed VI; ora se nos acerca otro militar que nos ve mirar el mapa después de recorrer la larga muralla del palacio; otrora un viandante; más allá un comerciante.

Poco a poco nos vamos acercando a nuestro destino fijándonos en todo lo que aparece ante nuestros ojos, las tiendas de especias, la forma de vestir, mujeres cubriéndose la cabeza y el rostro de diferente forma, la gran cantidad de gente caminando por las calles o sentados en las aceras esperando un autobús o simplemente descansando, los puestos ambulantes invadiendo la calle, la publicidad, los jardines, los edificios públicos, los minaretes de las mezquitas destacando sobre la línea del horizonte, el hamman y los que te dan propaganda para que entres a tomar un baño.

Llega un momento en que damos con un chaval, que nos jura y perjura que no le mueve ningún afán crematístico, que él esta a la caza y captura de los turistas que salen del antiguo palacio por el que acertamos a pasar, sólo nos va a indicar la dirección muy amablemente. Una vez indicada, nos sigue y nosotros le damos las gracias por ver si desiste en su seguimiento. Vueltas de cabeza hacia atrás para cruzar información visual con Helena y ella conmigo. Nada, que no se despega de nosotros el muchacho. Nos temíamos desde hacía rato que esto nos llegara a pasar. Como el zagal no es del barrio al que nosotros vamos, tiene que preguntar a sus coleguis que se cruzan en nuestro recorrido y ya no son dos ni tres los que nos acompañan y escoltan sino un pequeño enjambre de gente jóven.

Con la ayuda de la zagalería del lugar, empezamos a meternos por callejones estrechos, y a las preguntas angustiosas de Helena de si ese es el camino, ellos responden que a la vuelta de la esquina esta el riad, que ya estamos llegando, y nosotros totalmente entregados, arrastrámos revuelta tras revuelta nuestras pertenencias por callejones cada vez más estrechos y menos concurridos. Nunca nos hubieramos metido por ellos por iniciativa propia, tal vez preguntando a gente mayor hubiéramos llegado, pero nunca tan rápidos y tan directos como fuimos llevados por estos querubines churretosos. Al fin, tras una última revuelta allí lucen dos farolillos alumbrando la entrada de una casa. Mapa de Riad Zitoun Jdid Db Tbib n°46 Marrakech.

Sin apenas ventanas, los callejones para llegar al riad lo forman altos muros de dos o tres plantas a cada lado y muchos de ellos sin salida. El ancho no da para que pase un coche, así que a lo sumo alguna que otra motocicleta pedorretéa por ellos, arcadas en las que tienes que agachar la cabeza para no chocar, aquí un comercio en la entrada de una casa, o un atisbo de restaurante con el artilugio de las brasas en la calle achicharrando carne en un rinconcito de la parrilla, tal vez para atraer con su olor a los clientes.

La primera impresión que tenemos del riad es extraña, pues los chiquillos estan en la puerta pidiendo su propina, la mujer que nos atiende nos dice que si no hemos llamado diciendo que llegaríamos a las 20 horas, nosotros que no había nadie en el aeropuerto, todo en francés y Helena tratando de pillar alguna que otra palabra, hablando en inglés, los niños en la puerta insistiendo, un caos. Al final 20 dirham para todos, la despedida de los chavales, el no se preocupen que no pasa nada y les enseño sus habitaciones van calmando la situación y volvemos a entrar en el nirvana del viajero.

La habitación da al patio central de la casa, en la planta baja. El patio tiene una fuente sencilla en el centro con pétalos de rosa en el vaso superior y unas mesas cuadradas la bordean. Al fondo otras mesas bajas con sofás y sillas forman un recinto de descanso en lo que pudo haber sido otra habitación.Riad_Bleu_Du_Sud-Marrakech (fotos). Tres puertas magníficamente dibujadas dan al patio y tras cada una de ellas hay una habitación. Una última puerta en una esquina da acceso a la cocina del riad. Hay un piso superior con dos habitaciones más y con un corredor que da al patio. En el mismo sitio que en la planta baja otro espacio para el descanso con unos sofás y una fuente muy artísticamente iluminada. Más arriba, una terraza con mesas, tumbonas para tomar el sol y muchas plantas para dar una sensación de frescor.

La habitación es alargada, al fondo una cama de matrimonio con dos mesillas de noche dan el ancho total. Está separada por dos cortinas recogidas a los lados y le sigue un espacio que está ocupado por una mesita y un sofá frente a la puerta de entrada. El tabique que separa este recinto del baño contiene huecos a cada lado para colgar la ropa y dejar las maletas. El cuarto de baño tiene una bañera forrada de arcilla marrón que le da un aspecto muy rústico y agradable con una repisa en la que se encuentra un gel en un tarro decorado muy artísticamente. El labavo está forrado de teselas amarillas y las lámparas que iluminan el recinto son artesanales marroquies. Una ventana y un wc completan la habitación.

Nuestras ganas de empezar a disfrutar de Marrakech nos hacen salir tras colocar la ropa. Tememos no poder dar con el riad a la vuelta de nuestra visita y nos dan una tarjeta en recepción, pero nos tranquilizan diciéndonos que es fácil de encontrar. Una de las encargadas del riad nos acompaña hasta la calle principal que desemboca en la plaza Jemaa el F'na y nos empezamos a sorprender de la gran actividad que bulle en esa calle. Los niños que acaban de salir de la escuela compran su merienda en los puestos de pasteles y pestiños, las motos de 50 cc a toda velocidad sortean a los viandantes con una habilidad pasmosa, los carromatos tirados por burros o mulas cargados hasta los topes hacen que te pegues a las paredes para no ser arrollado, los comerciantes de cualquier tipo que están en las puertas de sus tiendas van a la caza de cliente y si eres turista más, te incitan a entrar en las tiendas de baratijas o babuchas. Carnicerías, agencias de viaje, alpargaterías, todo puerta con puerta, sin ninguna uniformidad, asimetría sin limpieza en las fachadas. Las puertas de un recinto abandonado en las que alguien ha metido una botella de plástico en la rendija que dejan las dos hojas, nos sirve de referencia para la vuelta. Un ensanche de la calle forma una plazoleta que ocupan unas mesas de un restaurante de comida típica marroquí, más adelante la calle se bifurca y en nada desembocas en la gran plaza con el café Francés a nuestra izquierda.

Ya empieza a anochecer y la luz de la plaza es una mezcla de los últimos destellos del día y las luces de los comercios que la bordean. Los puestos de zumos de naranja en fila y a montones, los restaurantes portátiles que acaban de montar y empiezan a recibir a los primeros clientes despiden una cantidad de luz desmesurada en comparación al resto de luces que forman esta pequeña galaxia. En la semioscuridad, y únicamente iluminados con las pocas farolas que hay en esa zona y por la luz de los comercios cercanos, corrillos de gente escuchando a los contadores de historias. Disfrazados algunos de payasos, otros con sus chaquetas de tejido grueso, de colores grisaceos y no necesariamente a la última moda de París ni tan siquiera relucientes como las de un dandy inglés, vociferan, gesticulan, interaccionan con los del corrillo y con los pobres turistas que se atreven a hacer una foto y que inmediatamente son abordados por uno de ellos solicitándo una propina. Instrumentos de música como timbales, laúdes y otros que son tañidos por arcos rústicos de crines de caballo completan el cuadro. Por espacio el que dejan los apretujados oyentes en un círculo estrecho.

Todavía quedan mujeres que tratan de pintarte con gena a la luz que reciben del entorno, encantadores de serpientes que ya no tañen su flauta y por tanto aquellas reposan enroscadas en el suelo en vez de estar erguidas, vendedores de tabaco cigarro a cigarro y todo esto perfumado con el olor que desprenden los restaurantes que no dejan de echar humo blanco iluminado por miles de focos.

En nuestro deambular por la plaza nos encontramos a las catalanas tomando caracoles como posesas y ofreciendonos probarlos. No aceptamos el ofrecimiento, no fuera que nos quitase el apetito de golpe y porrazo. Decían que estaban deliciosos. Me lo creo. ¿Es tan pequeño Marrakech para encontrarte con las catalanas ya?

Después de dar la vuelta a la plaza y ver todo esto y mucho más que no cabe en este escrito, decidimos cenar en uno de los cientos de restaurantes que por allí pululan. Como somos españoles, y ellos lo saben, nos abordan pero, por lo temprano de la hora, adivinan que todavía nosotros no nos vamos a sentar a cenar. Nos emplazan para que no olvidemos el número de su puesto. Uno que tiene facciones parecidas a Al Pacino y que trata de imitarlo, nos atrapa. Nos pide que lo recordemos y que cuando sea un poco más tarde y vayamos a cenar, nos pasemos por su puesto. Seguimos dando vueltas acosados simpáticamente por otros muchos chavales que tienen esa misión. Finalmente, en la segunda vuelta, damos con Al Pacino y nos sentamos en sus mesas corridas al aire libre, en taburetes corridos y nos aprestamos a pedir mirando de soslayo a los comensales que tenemos a nuestra izquierda. Tajin, ensalada de tomate, aceitunas, pan de pita y no se qué salsa regado con té marroqui y agua fresca para aplacar nuestro apetito.

Cansados, vamos dejando atrás la plaza, sin adentrarnos por las calles que confluyen en ella y que tienen tanta animación como ésta. Volvemos a buscar la calle por la que habíamos venido, localizamos los puntos claves que habíamos memorizado y damos sin tropiezos con el riad.

En esos momentos la calle ha cambiado por completo y no se parece en nada a lo que habíamos visto unas horas antes. Apenas algunos viandantes, una mujer sentada contra la pared con un niño dormido sobre una tela, en el suelo, pidiendo limosna. La mayoría, por no decir todos los comercios, cerrados. El bullicio se ha transformado en silencio. Ahora aprecias sin reparo la fisonomía de la calle, sus cierres, sus luces, sus letreros, su suelo inexplicablemente limpio. Es otra ciudad distinta, igual de fascinante.