¿Es realmente democracia lo que viene de las revueltas del mundo árabe?



¿Hacia dónde va a llevar todas las manifestaciones que están habiendo en el mundo árabe cuando éstas se acaben? ¿Hasta dónde se van a extender?

Las aspiraciones de aquellos que se manifiestan, las de aquellos que han encontrado la muerte sin esperarla y que no tenían más que ira, rabia y el convencimiento de que lo que tenían no iba a ningún lado y que había que manifestarse por conseguir algo distinto y mejor; o la de ese bahreiní que estrelló su coche con dos botellas de butano contra la puerta del cuartel para dejar de ver como caían muertos sus compatriotas mientras intentaban tomarlo, todas esas aspiraciones pueden llevar a crear unos gobiernos que nada tengan que ver con lo que ellos o nosotros, los del otro lado del mediterráneo imaginamos o deseamos.

Este estallido de manifestaciones, derrocamientos, inicios de guerra civil ha sido tan sorprendente para ellos como para nosotros. No puedo creer que el comerciante egipcio, el guía tunecino el trabajador libio o el administrativo europeo pudiera imaginar o predecir lo que está pasando. Todo se desata a velocidad de vértigo y no cabe otra alternativa que improvisar y tratar de acertar con la decisión adecuada. Tanto el que tiene que formar un gobierno provisional como el que tiene que tomar partido por uno u otro bando en Libia, el trabajador que decide quedarse o embarcarse en una peregrinación hacia la frontera, el tunecino que se embarca hacia Lampedusa o el somalí que no puede salir de casa por si lo confunden con un mercenario.

Las mentes en el mundo árabe están siendo espoleadas y las aspiraciones de unos y de otros se manifiestan en blogs, se discuten en infinitas conversaciones con los amigos y vecinos, saltan como rabias contenidas que tienen que materializarse en propuestas viables, en aspìraciones imposibles de mujeres dominadas, en juegos de niños a los que envuelve una algarabía y una alegría diferente en el seno de sus familias. Todo tiene un tinte distinto.

Occidente sabe que tiene que apoyar la democratización de los países árabes. Pese a sus miedos. Miedos a los integristas; a los Hermanos Musulmanes; a los antisionistas; a Bin Laden; al terrorismo; a la inmigración; al aumento del precio del petroleo y del gas; a la inestabilidad política; a la sharia.

La democracia que surja en Túnez no va a tener mucho que ver con la que nazca en Egipto. Si pensamos en Libia, Barhein o Yemen podemos imaginar que en nada van a parecerse sus sistema en el futuro, aunque todos hayan saltado por el mismo denominador común de deseo de libertad, de sacudirse el yugo del tirano, del dictador, por la libertad de expresión y manifestación, por el pluralismo político, por el deseo de obtener trabajo, prosperidad económica, democracia.

Muy distintas van a parecer a nuestro ojos, los de occidente, estas democracias incipientes. Aun así, hay que apoyarlas. En nada se parecen las democracias que disfrutamos hoy en día a aquellas que tuvimos hace décadas y nos horrorizaría pensar en volver a tener los derechos de los trabajadores de la era industrial, o el sistema de clases de la época isabelina por poner ejemplos. Démosle tiempo al tiempo y no aborrezcamos a las nonatas democracias árabes.

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