El faraón y su pueblo



Ayer por la noche, como muchos en el mundo, sentado en el sofá miraba con intriga la pantalla del televisor.

Parecía que el Rais, el faraón, Hosni Mubarak, iba a dar por fin un mensaje sensato y tranquilizador a las masas congregadas en la plaza de la Liberación y en montones de plazas de todo Egipto, que a buen seguro estaban expectactes por saber si EL DÍA había llegado y la alegría podía desbordarse a raudales por las calles, las casas, las cárceles, las sedes de los incipientes partidos políticos reprimidos, los internautas, los militares, que están con la espada de Damocles sobre sus cabezas y no saben si en un momento determinado van a recibir una orden que no van a querer obedecer.

Todo se vino abajo de golpe. Cuando empecé a oir a la traductora, me pareció que estaba llorando. En un principio pensé que era de alegría por la buena nueva. Pero más adelante empecé a comprobar por lo que estaba oyendo que el faraón continuaba queriendo liderar a un país al que había ofrecido 60 años de su vida, 30 de ellos o más como faraón.

Este señor no ve el telediario. O este señor no tiene buenos consejeros. O este señor se cree omnipotente.

Yo no quiero oir que han muerto 300 más o 1.000 más o 10.000 más porque este señor no vea el telediario.

El mundo árabe me infunde respeto. No concibo que el Corán sea el equivalente a nuestro Derecho Romano en cuestión de leyes y que no se desarrollen esas leyes si no es con la mirada puesta en el libro sagrado. No concibo la no separación de estado y religión, mi entorno dejó atrás hace mucho tiempo esas guerras y es lógico que mi mente no conciba determinadas posturas. No concibo que la mujer no tenga más equiparación con el hombre.

Pero entiendo que todas estas cosas y más evolucionen ordenadamente, dando lugar a gobiernos no necesariamente iguales o parecidos a los de occidente, sino con una idiosincrasia que aporte diversidad y riqueza de ideas.

Pero desde luego, a partir del 25 de enero, al mundo árabe lo respeto por el coraje que ha tenido de levantar la voz y de hacerlo hasta ahora de forma pacífica.

Deseo de corazón que los dirigentes, los políticos, aquellos que tienen la misión de hacer que los pueblos avancen por los mejores caminos que los lleven al progreso, a la seguridad, al pleno empleo, al salario digno, a la felicidad, sean lo suficientemente listos para ver, para oir y para sentir el latir de sus pueblos y que no se escuden en el poder, en el dinero que no es suyo, en las prebendas, en la omnipotencia.