Huracán en las Torres del Paine




Enlazando con el post anterior, sigo en Chile, en el Parque de las Torres del Paine, con la montaña al fondo. La vista está tomada en la carretera sur del parque, ya de vuelta al hotel y momentos antes de la perdigonada de piedra que recibimos. La pista es de tierra apisonada y si el viento sopla a velocidades muy grandes, las piedras del camino se convierten en auténtica munición de diversos calibres y en una de esas nos pilló por detrás destrozando la luneta trasera y los parabrisas. El espectáculo era fantástico, los lagos de origen glaciar, que tienen un color lechoso debido a tener mucho material en suspensión, azotados por el viento levantan una nube de agua en forma de vapor sobre la superficie del lago. El ruido del viento tratando de de meterse por cualquier rendija del coche ponía el acento sonoro a la situación.

Mi madre iba en el asiento trasero del coche y recibió la lluvia de cristales sobre su cabeza, y nosotros dos, que estábamos el uno tomando una foto, la que veis arriba y mi hermano grabando un video, nos encojimos como impulsados por un resorte sobre nuestras piernas adoptando la postura fetal, que debe ser una buena postura para defender todos los órganos del cuerpo.

En la grabación del video, cuando se pasa a cámara lenta se observan las piedras volar.

Aprovechando que nos habíamos hospedado en el hotel del parque, que dispone de sala de masaje y sauna, habíamos pedido hora para agasajarnos con un buen masaje a la vuelta de nuestra excursión, sobre todo, para la viejita que aunque su ánimo es grande, las emociones a esas edades cansan y las caminatas con un viento descontrolado que nos obligaba a llevarla casi en volandas entre mi hermano y yo también.

La sauna, el masaje y el yacuzzi fueron muy agradables, pero cuando salí del local en mitad del valle donde está ubicado el hotel, de planta baja, seguía soplando muy fuerte el viento. El masaje, el yacuzzi y la sauna me habían dejado un poco mareado. Como pude llegué al bar y me encontré con mi hermano y mi madre sendados en una mesa junto al ventanal. Cuando logré acomodarme, desde mi lugar seguro y con mi cerveza en la mano, pude ver cantidades de objetos volar por el otro lado del cristal. Mi madre, que después del masaje se había ido a descansar a la habitación, tuvo que ir en busca de mi hermano pues temía que la habitación se viniera abajo, tal eran los envites que el viento daba contra las paredes y ventanas del hotel.

Al día siguiente, ya todo se había calmado, nuestro coche, al que habíamos intentado proteger del viento poniendo cartones y plásticos y mucha cinta aislante, estaba inundado de hojas, bostas secas de animales de todo tipo que habrían ido a parar a su interior y cristales, tierra, ramas... Nunca había visto tanta desolación dentro de un vehículo. Los adornos que el hotel tenía repartidos por el exterior, como ruedas de carros, señales, bancos, todo estaba arrancado de su sitio, algunos árboles caídos sobre el cesped tan cuidado el día anterior y parte del tejado levantado. Los empleados del hotel decían que nunca habían visto un viento tan fuerte, que había soplado a más de 200 km. por hora y que algunos coches como el nuestro habían sufrido desperfectos.

El taller del hotel nos arregló y limpió el coche para poder seguir viaje y todo quedó en un pequeño susto y un gran espectáculo de la naturaleza. A la marvilla del paisaje, había que añadir este fenómeno que nos dejó una atmósfera completamente nítida que nos acercaba las montañas casi al alcance de nuestras manos.

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